viernes, 30 de diciembre de 2011

La muerte del cielo


A veces me pregunto: ¿y si la caída de los colores arrastra consigo la muerte del cielo? Y sin embargo eso pasó cuando la luz y el agua condensada en las alturas se conjuraron. Los colores deberían abrir el firmamento, pero a veces oscurecen la ciudad. Y la pintan de nuevo. Algo no les gusta en nuestras maltrechas y atribuladas estéticas urbanas. La paleta de la naturaleza se subleva para nuestra resignación.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Las brasas


Me acerqué porque aquella iluminación me confundía. Al borde del crepúsculo empezaba a aposentarse una leve penumbra en las calles más estrechas. La plaza era un lugar más abierto, por lo que me extrañó que los árboles tuvieran una luz desigual. Pensé si sería el color otoñal de las hojas, pero las características de aquellos árboles decían que no se teñían sus ramajes. Sospeché si no sería la iluminación de un monumento próximo lo que les llegaba, en función de la disposición de los focos. Pero no había sido dada la luz eléctrica todavía. Hacía bastante que el sol había dejado de estar en la vertical del lugar, pero sus rayos llegaban oblicuamente. Debió ser esa caída selectiva y casual lo que hacía que la luz solar reverberara sobre partes de un árbol, sobre unos árboles en lugar de sobre otros, sobre mi mirada y no sobre la de la mayoría de los transeúntes. Entonces me descubrí ante el poder de los fenómenos concéntricos de la naturaleza. O dicho de otro modo: la naturaleza siempre nos sorprende dentro de la naturaleza dentro de la naturaleza y así ad infinitum. Entendí con humor el por qué en los pasajes de doctrinas, religiones, descubrimientos y tradiciones aventureras múltiples de las culturas humanas, la revelación de la luz implica caída, renovación, apertura a lo nuevo o reconciliación con uno mismo. Desde luego, aunque el elemento icónico se daba, yo no me iba a convertir en mesías ni profeta de nada. Simplemente me embargó el placer de la visión. Y disfruté lo efímero como quien toca una partícula de los dones del universo.










sábado, 24 de diciembre de 2011

Tempus fugit?



Así de sencillo. Nada permanece detenido. Ni las apariencias visibles ni los silencios del interior de los cuerpos saben de la parada. Todo fluye, se desliza o galopa. Somos movimiento innato. Llámense órbitas, desplazamientos estelares o convulsiones siderales. Nómbrese erosión, frotación de las capas tectónicas o agitación del oleaje. Dígase respirar, crecer, envejecer. Se inventen métodos, ideologías o cuerpos de pensamiento múltiples, todo es acción imposible de fijar. Las percepciones humanas buscan con ello su coartada. Crean términos como quietud o descanso o inmovilidad. Ficciones, al fin y al cabo. Obsérvese el cuerpo del universo que se observe, nunca nada ni nadie se detiene. Aquello que parece lo opuesto no es sino lenguaje relativo, reglas de juego para distinguir momentos, convencionalismos. No, no es que el tiempo huya ni se vaya. Hay algo de dramatización en el dicho latino tempus fugit. No huye porque no está. La mera conciencia del mismo ya es tránsito. Somos galgos o acaso podencos. Así de sencillo. El tiempo, olvídemonos de monsergas, es su sombra.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Refugi 307


Rescato esta foto que hice hace tiempo. Todo es impreciso y se percibe difuminado y tibio. La luz eléctrica, la cavidad, los muros, la forma del túnel. Y sin embargo hay calidez porque se basa en el don humano de la protección. No hay en la obra un arte de exhibición y sin embargo sí hay un arte de construcción. Y esfuerzo, mucho esfuerzo. Y solidaridad e imaginación. Te sobrecoges, enmudeces, te parece escuchar el rumor de voces apagadas. Una sirena. Estás en el interior de una catedral de la supervivencia. Estuvo olvidado durante mucho tiempo y ahora se ha recuperado para la constancia y la memoria. Excavado en las tripas de la montaña para acoger a los vecinos del barrio próximo de Poble Sec de las bombas criminales de la guerra de la traición. Es el refugio 307.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Fanal



Tengo especial debilidad por las escaleras antiguas. Los ascensores son un invento reciente para mí. Hasta no hace mucho tiempo había que subir varios pisos a patita. Tenían ascensor solamente las casas más nobles del centro de la ciudad. Cuando ahora tengo que acudir a algún piso de esas edificaciones clásicas de la burguesía decimonónica subo siempre por las escaleras. Primero, porque los ascensores antiguos ya no quedan y subir en uno moderno no tiene atractivo. Y sobre todo porque me gusta disfrutar del vuelo que trazan las escaleras, su amplitud, el distanciamiento de sus escalones, la barandilla soberbia, las paredes encaladas y los techos altos. No sé qué tienen las escaleras de las casas antiguas que puedes detenerte en ellas y aislarte. Quedarte en medio de dos pisos un buen rato apartándote del mundo rutinario. Pasa también que tu subconsciente te atrapa. Te parece que efectúas aquellas visitas domingueras con tu familia, que te sientas con tus compañeros de la escuela para contar historias, que te apoyas en la pared para aprovechar la penumbra y tratar de practicar el primer beso. Sí, es esa penumbra que te acompaña según asciendes lo que te seduce. La seducción de una luz tibia y de las sombras. El fanal, como testigo de los recuerdos.










miércoles, 14 de diciembre de 2011

Espera




Incluso cuando no estamos, los objetos nos aguardan. Preservan nuestros usos, respetan la propia ubicación donde los hemos colocado. Hay una nobleza, que no una servidumbre, en ellos. Siempre nos esperan. Pendientes de cumplir su misión. Saciar nuestra sed, proporcionar nuestro descanso, permitirnos contemplar nuestro rostro de altibajos. Adoro esa domesticación de los objetos, tan bien acompañada por una no menor fidelidad de los espacios. Nos hablan tanto de nosotros que a veces, ante nuestras dudas e inseguridades, los miramos atónitos y les preguntamos. Y saben respondernos.




viernes, 9 de diciembre de 2011

Diálogo recíproco



Podría ser un diálogo de la sombra con el niño. Porque no me cabe duda de que el niño se interroga sobre el reflejo. Y acaso sea a su vez ese niño la sombra de la sombra. Para un adulto la infancia es un espacio umbroso, cuando no en penumbra. No siempre. Hay veces que el recuerdo estalla luminoso, desafiando el balance de una vida. Memoria que se manifiesta a destellos. Donde la percepción de sensaciones son percibidas por el cuerpo más que el argumento mismo de lo vivido. Donde los sentimientos se manifiestan a ramalazos cuestionando por unos breves instantes el sentido de las cosas. El niño de camiseta amarilla se ha quedado abstraído. Está ante otro personaje. ¿Qué manifestación espera de esa sombra?

martes, 6 de diciembre de 2011

El vate, desde las sombras





El poeta romántico declama, desde su peana provinciana. ¿Qué recita el vate? Oh, ciudad, tú que surges del fuego, por ejemplo. O bien: las nubes llegan para postrarse a tus pies y los besan (sería mucho decir, pero los poetas son capaces de justificar cualquier anomalía si no un imposible) Pero mientras el atardecer otoñal va apagando los reflejos de la luz el hombre elevado se sumerge en las sombras con el libro de acero en la mano. Ay de los poetas menudos del pasado. ¿Quién se acuerda de ellos? Disponen de calles, plazas, pérgolas de parque y hasta colegios públicos. Se elevan sobre pedestales o se les coloca a ras de suelo, que es la moda en vigor hoy día. ¿Quién los tiene en cuenta? Los transeúntes pasan a su lado, unos los ven como mobiliario de calle, otros como obstáculos, muchos ni los ven. ¿Qué dicen a estas alturas a sus paisanos? Un lugar para establecer una cita o un rincón de los jardines donde fumarse un porro. ¿Quién lee, en fin, a los viejos poetas de su ciudad? Un enigma. De saberlo, el vate no podría soportarlo, y acaso cantara en voz alta: ciudad ingrata, perecerás y no resurgirás de tus cenizas. Sería todo un desquite su poema.






sábado, 3 de diciembre de 2011

Expressionismus


No hay relación de luz con objeto que se pueda desestimar. Pero subjetivamente hay situaciones encarnadas por esa relación que suscitan apasionamiento. La sombra del paseante y las sombras chinescas, por ejemplo. Luego está lo que me gusta llamar el efecto subconsciente. Ese buscar una desfiguración del objeto propiamente dicho, producida por una llegada de la luz desde ángulos imprevistos o no habituales. Anularlo en su figuración naturalista o realista, resaltar espacios y zonas del objeto, potenciar efectos y crear instantes efímeros, percibir otras representaciones cuya fantasía no resta personalidad al objeto. La desfiguración de un rostro, por ejemplo, sometido a una llegada reventona de la luz es algo que se produce probablemente a cada instante. Pero no nos paramos ordinariamente a comprobarlo. A veces sí. ¿No os habéis quedado detenidos ante vuestra propia imagen reflejada en el espejo de un ascensor con escasa iluminación? Os entra la duda en ese momento, si no tanto acerca de si se trata del mismo individuo que se mira, sí sobre el estado físico o emocional que veis proyectado allí. Y ese vínculo circunstancial en que vuestro reflejo y la luz coinciden a su manera os desarma y preocupa. Estáis deseando salir y miraros con claridad, cuando no intentáis recabar la opinión de otro individuo amigo que os saque de la incertidumbre. Sí, la luz aporta certeza, mas también incertidumbres. Caminamos en su filo nada silencioso, porque su voz es más potente que los gruñidos que los animales emitimos desde la primera vez.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Theologica









viernes, 25 de noviembre de 2011

Lo inaprensible




Siempre me fascinaron de un moribundo sus manos. Es lo más digno de la lasitud de la agonía. Puede estar alterado el resto del cuerpo; ajado el rostro, enflaquecidas hasta un extremo agudo las carnes, desfiguradas las facciones, encogidos los miembros, empequeñecida toda su contextura, resecos e invisibles los cabellos. También los dedos pueden mostrarse huesudos y abandonados. Si tomas entre tus dedos cálidos la mano fría y relajada de un agónico te parece estar tocando un objeto inerte. Pero no la sueltes, permanece unos instantes. Déjate conducir y percibirás el último ápice de fuerza. Sentirás la levedad de una sujeción. En esa mano hay algo que reclama tu calor. No podrás trasladárselo al hombre en su estertor para que resucite. Nadie lo hará. Acaso le estés aportando una conciencia última de vida que le angustie más. O tal vez él conjure mejor con tu ayuda ese instante de perplejidad definitivo de la existencia. No. Las estatuas no suplirán jamás la belleza y el pudor de un fin digno. No serán réplicas auténticas del agotamiento del amor y la muerte. Convenzámonos. Lo único sagrado es el ser de carne y hueso. Mientras tiene aliento. Mientras es. Antes de que se convierta en memoria u olvido.




miércoles, 23 de noviembre de 2011

Alumbramiento


En el museo la velocidad de la luz viaja hacia atrás. Busca las figuras y las penetra. Al hacerlo vuelve a dotarlas de vitalidad. No es la misma luz bajo la cual los artesanos ejecutaron la obra. Ni la que alumbraba a los indígenas cuando cumplían sus rituales. Es una luz discreta, justa, exacta. No trata de devorar todo el espacio ni de perturbar la paz de los símbolos que reposan hurtados a un tiempo y a un territorio. Acariciados por esa luz humilde, las vasijas, las figuras, las divinidades que contienen nos ofrecen su misterio y acercan al visitante. Sólo al que quiere saber. Cada pieza distingue la mirada que busca de la mirada que ignora. Debe ser por esa razón por la que se me admite a horas intempestivas en un templo del sincretismo funcional. Saben de la luz y saben de mi observación. Aunque no acierten a comprender mis sueños.








sábado, 19 de noviembre de 2011

El fanaler


Parecerá mentira, pero es uno de esos escaparates a los que rindo culto cuando paso por la calle Rauric. A veces la tentación es superior y entro, porque una tienda donde, entre otros artículos, abundan los trabajos en cartón piedra, no se encuentra fácilmente en nuestras ciudades. En la foto, con todo su encanto, aparecen algunos de los personajes típicos-tópicos tradicionales que me siguen prendando. Pero de la escena me dejo sorprender por el farolero -fanaler en catalán- , encarnación del gigante Peret a la que acompaña Marieta en las festividades del Casc Antic, Gràcia y otros barrios. Cuanto más miro la imagen más luz destella el farol. No es que uno espere que los gigantes saquen de la oscuridad a los humanos, en estos tiempos algo tenebrosos, pero sí que se anhela la luz. Tal vez Perec nos preste el farol a todos y cada uno. Porque lograr la claridad incumbe al caminante de la vida.

jueves, 17 de noviembre de 2011

La mano cóncava




Cuando la mano del hombre altera una piedra su paisaje es otro. En este caso se ha sacrificado lo convexo en favor de lo cóncavo. No obstante, en geometría probablemente nunca se destruye lo opuesto. El escultor de las maclas, esos cuerpos angulares y planos que se incrustan unos dentro de otros y que se dan en la naturaleza sobre todo, ha ido más allá. ¿No recuerda un abrigo rupestre? ¿No trae a pequeña escala, fabricada de su mano, una imagen que abunda en las foces y en los desfiladeros? Las vetas naturales añoran pinturas abstractas. Hay ríos de sed en la piedra. Ese material tan dispuesto siempre a servir al ser humano para sus obras y caprichos. Me fascina esa mordedura en la planitud de las caras del bloque. Buscando siempre la dimensión ¿imposible?







(Macla del escultor Oteiza sita en los jardines de San Agustín, en Valladolid)




sábado, 12 de noviembre de 2011

La metamorfosis



Si algo tiene de revelador ir con una cámara fotográfica en ristre es la valoración del encuentro. Por supuesto, sin la cámara esa esencia que llevamos en nosotros llamada mirada bastaría también para responder al encuentro. Pero en mi experiencia, o tal vez me engañe y se trate solo de la capacidad receptiva que aportan los años frente a objetos, o situaciones especiales de los objetos que antes no había captado, la máquina que me acompaña me exige. Es un elemento complementario que no suple mis ojos pero que sí estimula mi manera de mirar. Y en ocasiones me hace mirar de otra manera. En esta fotografía la impresión es que hay un encuentro entre dos sombras, dos individuos o sus efigies. Al observar esas sombras con cuidado me di cuenta de que no se encontraban dos seres diferentes sino dos Yo aparentemente distintos.


Avanzar unos pasos y reducir a un solo personaje. En mi desplazamiento se ha originado un tercero. ¿Y si es el mismo de los dos de antes que se ha movido para posar desde una perspectiva más próxima? Pero sigue desdoblándose, superponiéndose. Han decidido emprender una templada conversación. Acaso solo se observan. Intento mantenerme en posición discreta y escuchar su conversación. Es un diálogo tan enmudecido que llego a creer que las palabras son nonatas. De pronto me doy cuenta de que se separan, de que una de las sombras se distancia de la otra. ¿No es apasionante atender ese mundo de reflejos, no menos inquietantes que el de los personajes de carne y hueso?



Ahora entiendo. Hay un sitial, un trono de príncipe cuya elevación le distingue de la bajeza del mundo y le coloca entre la aristocracia de la apariencia. Aquella sombra que se iba separando sigue arrastrándose en busca del espacio que le considere. No se trata solamente de ascender a un nivel superior, sino de que se opere una transustanciación. Anhela la altura, le atrae el solio donde el busto parece poblado de luz.




Es la luz, sin duda, lo que el hombre del subsuelo desea. Y con la luz busca confirmar un rostro. Quienes viven en las sombras permanentes siempre están intrigados por sus carencias. Nunca han podido percibir unas facciones, una forma más detallada de su testa, unos gestos, unas expresiones. En la caverna umbrosa nunca hay risas ni guiños ni lagrimas ni signos de admiración. Cualquier expresividad está ausente. No habiendo manifestación es como si no existe una revelación de los sentimientos, de los dolores, de las alegrías, del deseo. Las sombras inherentes a los hombres son el tormento en vida. Les niega comprobarse como hombres. Viven, pero se diluyen, ahuyentados por su condición.




El esfuerzo de la sombra por elevarse es premiado. ¿A cambio de qué? De su multipolaridad. ¿Quién de los personajes que concurren en el vértice es el emigrante de las tinieblas? Cuanto más se observa, más dudas tiene. Cuanto más mira en derredor, más confuso se siente. Se multiplica. Y al hacerlo se dispersa. Y en su dispersión le nace una angustia donde se pierde.




Pero en su pérdida siente el estremecimiento del alma humana. Se comprueba como otro. Permanece en él el recuerdo de cuando era mera sombra. Siempre habrá a su lado otro Yo que compita con él o se consuele con él o tome el relevo por él. ¿Es el otro Yo la sombra adecuada a la nueva metamorfosis? No sorprenderse por la dureza castigadora y mística que exhibe su rostro surgido de la oscuridad. Aún coexiste en la duda y la luz interior no ha florecido. No es más que la historia de un hombre.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Hefesto




Hay imágenes que hablan de modo reflejo. O más bien que te hacen enmudecer y te dejan sin aliento. Me sucede a menudo con los conjuntos pétreos. Pero también con las arquitecturas de metal. Si hay una imagen revolucionaria por excelencia del siglo XIX, más allá de los fortísimos movimientos sociales que convulsionaron continentes, es la de la construcción con hierro. A primera vista vemos aquí una maraña, pero no lo es, ni siquiera se trata de la arqueología industrial de una azucarera ni de una montaña rusa ni de una chatarrería. A primera vista parece que el vacío hubiera sido conjurado. El fin de salvar desniveles y el río está logrado. Y sin embargo a mí me da la impresión de que ese vacío a la vez se resalta. No ha desaparecido para la mirada. Si la función práctica de la comunicación está cumplida y el vacío, no obstante, no queda anulado y se respeta en su esplendor, ¿de quién es el triunfo? Palpita la acción de Hefesto, el dios griego de la metalurgia.



domingo, 6 de noviembre de 2011

Hondura




¿Es un nudo que no se desata? ¿Una herida en el aire? ¿Un silencio en las manos? ¿Un dolor en la tribu? ¿Una mirada que se vuelve hacia adentro? ¿La curiosidad inagotable? ¿El asombro nutriente? ¿El vuelo mismo de la materia? El paseante se detiene cada vez que pasa a su lado. Recorre su perímetro, como una liturgia. Se aproxima y se aleja de la figura. Si el paseante fuera pájaro sobrevolaría esta fantasía para cerciorarse de que no la sueña. De que la ligereza es honda. De que lo profundo nos alienta.




(Gracias a Jorge Guillén y a Chillida, que me remiten a la permanencia)



miércoles, 2 de noviembre de 2011

Fábula












El día estaba siendo como todos los días. Voces se habían propalado, pregonando que acontecería una fatalidad. Nadie dio pábulo a los agoreros que viven de sembrar el temor entre los inocentes. Los inocentes se reconocen como los herederos de la tierra. Son los mismos a los que también les cuesta considerarse culpables cuando los acontecimientos se vuelven en su contra. Los inocentes se habían acostumbrado a los tiempos de bonanza. Las cosechas abundaban, el ganado se mantenía sano y las enfermedades humanas habían decrecido. Los artesanos incrementaban la producción de sus trabajos y llegaban variedad de mercaderías a los rincones más apartados. Los gobernadores exigían impuestos más menguados y tal parecía que las guerras hubieran desaparecido incluso en las fronteras más lejanas. Los pobladores empezaron a creer que aquello era el estado natural, que las miserias pertenecían al pasado y que no había razones para sospechar que iba a producirse retroceso alguno en sus condiciones de vida. Y vivieron como si siempre lo hubieran hecho en la abundancia, sin cuidarse de prevenir, sin mirar en gastos, despilfarrando y tentados a iniciar mil aventuras por los ignotos territorios bárbaros. Nadie creyó a los augures que se desplazan por los caminos ni a las pitonisas que se refugian en las oquedades de las serranías. Pero de pronto el día se acortó. Los animales se alarmaron, los viajeros detuvieron su marcha, el mercado de la plaza se paralizó, las labores agrícolas fueron abandonadas, las forjas pararon sus machaqueos y la gente corrió a sus casas. Nadie supo qué vendría al día siguiente, ni siquiera si habría día siguiente. Y fue entonces cuando los planetas se burlaron de la Tierra y se encontraron solos.







domingo, 30 de octubre de 2011

Los hombres articulados



Poco a poco se van imponiendo los hombres híbridos. Frente a los hombres de carne y hueso, los articulados van emergiendo desde el mundo del adorno. Tal vez guiados por el modelo exterior, los hombres articulados han crecido, vestido, adoptado pautas y costumbres humanas. Paulatinamente van desafiando a los pobladores tradicionales de las ciudades y convirtiéndolos en sombras. No son robots, no son extraplanetarios, son hijos de la vieja artesanía que se revuelven contra el abandono y el olvido. Sus rostros sin facciones no son casualidad ni accidente. Son rostros donde se pega el de cada transeúnte. A este lado, los hombres tradicionales hacen dejación de su identidad y se la conceden a los seres articulados. En cualquier momento puede saltar hecho añicos el límite vidrioso que los separa. Y comprobar cómo ocupan en masa los espacios que durante siglos hicieron propiedad exclusiva los humanos. Deberíamos acostumbrarnos a ver cómo pasean por la calle esos individuos con cara de póker. Yo ya he visto unos cuantos.




jueves, 27 de octubre de 2011

Barco a la vista


Hay veces que una simple visión nos deja mudos. O mejor dicho, nos habla con la memoria de la niñez. Y un viejo son de Nicolás Guillén vuelve musical y nostálgico...



UN SON PARA NIÑOS ANTILLANOS

Por el Mar de las Antillas
anda un barco de papel:
anda y anda el barco barco,
sin timonel.

De La Habana a Portobelo,
de Jamaica a Trinidad,
anda y anda el barco barco,
sin capitán.

Una negra va en la popa,
va en la proa un español:
anda y anda el barco barco,
con ellos dos.

Pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más:
anda y anda el barco barco,
sin descansar.

Un cañón de chocolate
contra el barco disparó,
y un cañón de azúcar, zúcar,
le contestó.

¡Ay, mi barco marinero,
con su casco de papel!
¡Ay, mi barco negro y blanco
sin timonel!

Allá va la negra negra,
junto junto al español;
anda y anda el barco barco,
con ellos dos.






lunes, 24 de octubre de 2011

Austral


¿Alguien cree todavía que la belleza de los colores son patrimonio de las banderas? Me temo que no. Que esas insignias que caracterizan a un Estado, a una nación o a una ideología se quedan cada vez más huérfanas. Que si los significados que pretenden portar cada vez dicen menos, sus colores se han desteñido hace tiempo. No cabe decir lo mismo de una fachada, unas puertas o unas contraventanas. A ver, lo más importante de los colores, ¿qué es? ¿Que designen algo del mundo real? ¿Que simulen el cielo, el mar o los prados? Yo creo que la característica fundamental de un color es que sea alegría. Cualquier color puede serlo, puesto que en sí ningún color es severo ni grave ni triste ni contento. A los colores los manipulamos los humanos concediéndoles no sólo usos sino nomenclaturas, destinos, significados y modas. La alegría de un color es el acierto en aplicarlo. La alegría de un color no se racionaliza, no se explica, no se hace categoría del fenómeno. Vas por una calle y de pronto aparece una combinación de colores en alguna parte que te hace sentirte en un país austral, por ejemplo, aunque el lugar sea de tu barrio. Por supuesto, los cómplices de estos colores que transmiten alegría son el espacio y la luz. Para mí, un gozo que detiene mis pasos. Suficiente para airear mi día.

domingo, 23 de octubre de 2011

El banco del último día

jueves, 20 de octubre de 2011

Revelación







Cuelgo la fotografía sin saber muy bien si es un ángel, un profeta o un demiurgo. O bien pudiera tratarse de un conductor de masas, de la alegoría del viento o de un sencillo poeta declamando. ¿Acaso Eneas recibiendo la premonición del fantasma de su esposa Créusa? ¿La anunciación a una virgen? ¿Un apóstol derribado de su montura por un resplandor? ¿Un condotiero descendido gallardamente de su caballo? ¿Un representante de los nuevos cánones? ¿El último afinamiento de la especie humana? ¿El hombre en construcción o el hombre en rotura?



domingo, 16 de octubre de 2011

Las cenizas del viento


Una leyenda de los indios de las praderas cuenta que al arder la materia del mundo antiguo quedaron las cenizas. Y que el viento, al aventarlas, dibujó figuras a semejanza de las que habían existido. Pero que no pudo impedir que mostrara de ellas únicamente las huellas del desgarro, del dolor y de la agonía cotidiana. El viento no pudo rescatar el lado placentero de los seres, el gusto por la belleza y el sentido de la armonía. Pero permitió que las figuras no fueran del todo nítidas, de tal modo que no se sintieran tanto hijas de otra época cuanto que del mismo elemento que las resucitaba. La leyenda dice que en manos de las mismas figuras está depositada la capacidad de erigirse sobre sí mismas. Es decir, de encontrar nuevos rostros y nuevas manifestaciones frente al camino que vuelve a abrirse para ellas. Algunos exégetas de los mitos indios prolongan aún más su interpretación, al considerar que los pobladores actuales son seres en construcción, en parte afirmados y en parte aún diluídos en el espíritu de su pasado. De ahí los contrastes de conductas y gestos de los humanos actuales. Un clamor reclama que se autoafiancen y los rastros de sus cenizas les retienen en un estado de no ser. Pegados a la materia, no tienen más salida que identificarse con la materia. Si no te sientes viento ni fuego ni humedad ni piedra, decía el Gran Chamán de las Tierras Altas, tampoco tendrás alma.