lunes, 26 de diciembre de 2011
Las brasas
Me acerqué porque aquella iluminación me confundía. Al borde del crepúsculo empezaba a aposentarse una leve penumbra en las calles más estrechas. La plaza era un lugar más abierto, por lo que me extrañó que los árboles tuvieran una luz desigual. Pensé si sería el color otoñal de las hojas, pero las características de aquellos árboles decían que no se teñían sus ramajes. Sospeché si no sería la iluminación de un monumento próximo lo que les llegaba, en función de la disposición de los focos. Pero no había sido dada la luz eléctrica todavía. Hacía bastante que el sol había dejado de estar en la vertical del lugar, pero sus rayos llegaban oblicuamente. Debió ser esa caída selectiva y casual lo que hacía que la luz solar reverberara sobre partes de un árbol, sobre unos árboles en lugar de sobre otros, sobre mi mirada y no sobre la de la mayoría de los transeúntes. Entonces me descubrí ante el poder de los fenómenos concéntricos de la naturaleza. O dicho de otro modo: la naturaleza siempre nos sorprende dentro de la naturaleza dentro de la naturaleza y así ad infinitum. Entendí con humor el por qué en los pasajes de doctrinas, religiones, descubrimientos y tradiciones aventureras múltiples de las culturas humanas, la revelación de la luz implica caída, renovación, apertura a lo nuevo o reconciliación con uno mismo. Desde luego, aunque el elemento icónico se daba, yo no me iba a convertir en mesías ni profeta de nada. Simplemente me embargó el placer de la visión. Y disfruté lo efímero como quien toca una partícula de los dones del universo.
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Hoy los dos estamos relacionados con las brasas. Me gusta la belleza de las tuyas, momentos así son tesoros guardados en la memoria.
ResponderEliminarLas mías, las del blog del Brasero están apagadas. Sin más. Bs.
Emejota. Las brasas y los rescoldos se alimentan del fuego y del calor, pero no son lo mismo. Y menos en la metáfora de la vida.
ResponderEliminarSí, reconozco que me entusiasmé con ese fulgor de los árboles. Pero la realidad era superior a la fotografía. La foto nunca coge sino una impresión secundaria.
Buen relax.
Increíbles las fotos que rozan el prodigio, belleza incandescente de oro y fuego coronando la paciencia resignada del árbol, éxtasis contemplativo.
ResponderEliminarPor eso, con tu permiso, acabo de poner una de fondo de escritorio (la última) y o son imaginaciones mías o se puede ver a un ave en la parte de abajo, lo dicho, prodigioso.
Haces que me sonroje, Sonja. Pero si participas de la admiración que me causó a mí ese fenómeno pues me alegro mucho.
ResponderEliminarPor supuesto, tienes mi permiso (no es necesario que lo tengas, ya dejo aclarado en la columna de la derecha que se pueden utilizar libre y a voleo) y si te viene bien alguna para ilustrar un texto no tengas dudas en echar mano de ella.
Gracias mil por tu estímulo.
Me gustan las fotos y la descripción del asombro de la mirada. Preciosos los árboles enrojecidos. Me gustaría que te sonrojaras, mucho.
ResponderEliminarMadame Diletante. Los árboles se sonrojaron y yo me sentí empequeñecido. Ellos me sonrojaban y los viandantes no entendían nada.
ResponderEliminarBonito juego de colores!. Un saludo.
ResponderEliminarDolors, ¿a que sí? Me quedé prendado. Un flechazo de la tarde.
ResponderEliminarSaludo.
Gracias por seguirme amigo, que tengas un buen día. Seguiré visitando tu espacio tan interesante.
ResponderEliminarGracias a ti por pararte en este territorio. Saludos.
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