A veces me pregunto: ¿y si la caída de los colores arrastra consigo la muerte del cielo? Y sin embargo eso pasó cuando la luz y el agua condensada en las alturas se conjuraron. Los colores deberían abrir el firmamento, pero a veces oscurecen la ciudad. Y la pintan de nuevo. Algo no les gusta en nuestras maltrechas y atribuladas estéticas urbanas. La paleta de la naturaleza se subleva para nuestra resignación.
Solo se me ocurre un pensamiento: Contaminación lumínica. Tómese por donde a cada quien le parezca. Bs.
ResponderEliminarO será que a veces la naturaleza se apiada de nuestra maltrecha estética urbana (si Mahoma no va a la montaña…), y con unas pinceladas por aquí o por allá pone el colorido necesario para no desentonar demasiado con el entorno y regalarnos imágenes tan preciosas como la que nos traes hoy.
ResponderEliminarClaro, que gran parte del mérito es del fotógrafo, que ha sabido estar en el momento justo y en el lugar adecuado.
MJ. Pero el arcoiris no contamina, ¿no? Y este era de verdad.
ResponderEliminarBuena noche.
Quelle, esa naturaleza como ángel protector, no sé, acaso. Tiene una larga mano plástica de ida y vuelta. El fotógrafo fue solo testigo mudo (mudo no, ¡admirado de la caída de la tarde tras la tormenta!)
ResponderEliminarBuen ensueño.
Es como si el arco iris, que siempre es el mismo, pusiera en evidencia la fealdad de nuestras construcciones.
ResponderEliminarEs curioso si miramos el arco iris como pacto entre lo divino y lo humano, como puente transitable, y luego miramos la señal esa de ceda el paso.
Sonja. Es que no me cabe duda de lo que dices. Claro que pone en evidencia nuestras urbes agobiantes. Puente entre lo celeste y lo humano, el arcoiris es como un mensajero de esas capas que nos separan del espacio inmenso.
ResponderEliminarSí, la señal se acopla al discurso que la imagen pronuncia. Lo has captado bien.
Salud y vida interior para el nuevo año.