martes, 28 de febrero de 2012

Bocabajo









Detenerse a la orilla del curso de un día que termina. La orilla repleta de nombres, actos, sensaciones, tal vez encuentros. A tus pies, todo lo fluyente. Un aire que te acaricia la nuca, el agua cuya humedad te salpica, la luz que te emborracha, el silencio que se propone tu cómplice. Los árboles se contemplan sobre el espejo engañoso. Nada permanece inmóvil, ni dos imágenes se muestran nunca idénticas. Son precisamente esos colores del atardecer, reverberando en el afluente, los que te hablan del fuego cada vez menos oculto de la vida. Derramas sobre ellos tu mirada. La maldita belleza.





sábado, 25 de febrero de 2012

Recovecos




Admito que las escaleras de caracol son mi debilidad. Esa sensación de que mientras subes por ellas permaneces en el aire no puedo reprimirla. Aunque sabes que están para salvar dos planos, dos pisos, dos alturas, como se quiera llamar a los espacios superpuestos, te apetece quedarte allí. Entre medias. A veces lo he hecho, en algún castillo ruinoso o en la subida en tinieblas a un coro de iglesia. Una vez cerraron un antiguo palacio semidesvencijado, pensando que no había nadie y yo quedé dentro. Tras superar el primer escalofrío asumí que la noche era mía. Y que lo mejor era dormir. Recogido entre los escalones desgastados de una escalera de caracol, mi cuerpo se hizo a aquel útero de piedra. Soñé que era mi propio feto, tal vez por lo acogedor que me parecía. Por la mañana, el aire y las palomas rondaron alrededor de mí. Me dolía el cuerpo de la adaptación al medio, pero yo no quería salir.


jueves, 23 de febrero de 2012

Partición




¿Puede ser que la luz parta la masa humana con la misma facilidad que un cuchillo divide un bloque de mantequilla? Pensé si aquella humanidad que yo contemplaba desde el balcón se estaría dando cuenta. Obviamente, la luz puede diezmarlo todo.


sábado, 18 de febrero de 2012

Hijas de la noche




No me cabe duda alguna de que las ciudades son hijas de la noche. Hayan intervenido íncubos o súcubos, los espacios han sido paridos a la luz de la luna llena. Los pobladores llegaron justo después y se las encontraron hechas. Sería de traidores maltratarlas. Y de mal nacidos abandonarlas.




miércoles, 15 de febrero de 2012

Caracoles y cócleas


La espiral es probablemente la huella más antigua de la tierra. Los fósiles nos proporcionan memoria de mundos desaparecidos. Los caracoles de tierra o de mar nos aportan presencia viva. Las subidas a las torres de los castillos y a los campanarios nos hablan de la solución que los hombres han reproducido para aprovechar el espacio. ¿De quién aprenderían los arquitectos del pasado? A veces uno encuentra edificios racionalistas modernos que todavía recuperan aquel instinto.


Porque la forma espiral es sobre todo instinto. Instinto con vocación de despliegue sin límites. Pura inercia, continuo desarrollo. Parece ser que hay grandes masas galácticas que se extienden por el universo manifestándose con ese sino. Este patio interior de Porto me parecía espectacular. A los patios interiores casi nadie los mira. Algunos tipos raros los escudriñamos y observamos la otra cara. En ellos encontramos respuestas más sinceras que en las fachadas de un edificio, puesto que en las fachadas se impone frecuentemente la apariencia y la retórica.


Las espirales. Geometrías que perviven más allá de las modas y de las especulaciones inmobiliarias. Las espirales. Por cierto, ¿cómo ha llegado a formarse la cóclea, ese extremo acaracolado propio del oído interno de los mamíferos?






domingo, 12 de febrero de 2012

Asombro



Acaso sea parte de la involución cuyo rumbo parece tomar el país. El chico que se topa con la imagen no puede evitar echarse las manos a la cabeza. ¡Solo faltaba esto!, oigo que dice. Sí, solo faltaba que las ánimas en pena aparecieran por las paredes. O que retornáramos a las creencias en los ectoplasmas. O que antiguos fantasmas de la mente colectiva trataran de interferir en la vida cotidiana. O quién sabe si no será una señal de que todo lleva camino de convertirse en el escenario y el lenguaje de una nueva Quinta del Sordo. Salvo la calidad plástica, naturalmente. Alguien quiere asustar a las almas cándidas.

lunes, 6 de febrero de 2012

Parón histórico


Las ciudades no pueden evitar que las nubes se ciernen plomizas sobre ellas. Pero hay algo en el oscurecimiento del cielo que conduce a la ciudad antigua a la parálisis. Es como si el viejo caserío se hubiera detenido y no creciera. Como si permaneciese convertido en estampa rígida. Uno ve el balcón solitario, advierte la farola de otro tiempo, apagada aún, e intuye a duras penas la sombría nobleza de un edificio histórico al fondo, que se encoge como si ya no lo habitara nadie. Diríase que todo está a punto de un oficio de tinieblas. Algo del cual nuestro paisaje y paisanaje saben mucho.

sábado, 4 de febrero de 2012

Soledad en sepia



¿Hay algo que transmita más soledad que los bancos de los parques en invierno? Y ni que decir tiene si es un charco el que les condena a mirarse a sí mismos. Es en esta época cuando nos damos cuenta de que no son mobiliario urbano únicamente. Que si bien no son carne de nuestra carne saben mucho de ella. No sé si la carencia humana les hará entrar en cierto desánimo, pero mi ojo no puede evitar mirarlos como si estuvieran afectados. Un amigo mío, exagerando, dice que deberían cerrar los parques en invierno y taparlos a lo Christo Vladimirov Javacheff, el artista de instalaciones gigantescas. No le doy la razón. Yo no podría vivir sin el parque de las cuatro estaciones. ¿No será que los humanos tenemos que volver a saber mirar?



miércoles, 1 de febrero de 2012

El sol del membrillo


Hoy he decidido no mirar a la gente que pasa por la calle. O, mejor dicho, mirarla de otra manera. Me he colocado frente a un lienzo de muro a una hora en que el sol empieza a perder fuerza. Mirar una pared es de lo más deprimente que existe. Es una experiencia por la que todos hemos pasado alguna vez pero que en determinadas circunstancias que no voy a citar no se la deseo a nadie. Pero este trozo de pared se me antojaba pantalla cinematográfica. Por el rabillo del ojo intentaba controlar la llegada de los transeúntes. Se trataba de tomarles un instante antes o uno después de que pasaran por delante; dependía de la dirección que trajeran. Ha habido un momento en que, ensimismado en mi labor de curioso impertinente y cuidando a la vez de que los peatones no me advirtieran y se pudieran sentir molestos, he llegado a creer que los habitantes de la casa deshabitada eran los que transcurrían por el muro. Esa proyección de sus sombras recreaba unos individuos diferentes. Hombres y mujeres, ancianos y niños, se recreaban en una opacidad -lo opaco, de nuevo- no exenta de belleza. Pero la belleza de lo amorfo, de la reducción de los cuerpos a su sombra, ¿puede considerarse belleza? Antes de responderse a sí mismos piensen en lo que habitualmente ven por televisión y otras hierbas mediáticas.