
Así de sencillo. Nada permanece detenido. Ni las apariencias visibles ni los silencios del interior de los cuerpos saben de la parada. Todo fluye, se desliza o galopa. Somos movimiento innato. Llámense órbitas, desplazamientos estelares o convulsiones siderales. Nómbrese erosión, frotación de las capas tectónicas o agitación del oleaje. Dígase respirar, crecer, envejecer. Se inventen métodos, ideologías o cuerpos de pensamiento múltiples, todo es acción imposible de fijar. Las percepciones humanas buscan con ello su coartada. Crean términos como quietud o descanso o inmovilidad. Ficciones, al fin y al cabo. Obsérvese el cuerpo del universo que se observe, nunca nada ni nadie se detiene. Aquello que parece lo opuesto no es sino lenguaje relativo, reglas de juego para distinguir momentos, convencionalismos. No, no es que el tiempo huya ni se vaya. Hay algo de dramatización en el dicho latino
tempus fugit. No huye porque no está. La mera conciencia del mismo ya es tránsito. Somos galgos o acaso podencos. Así de sencillo. El tiempo, olvídemonos de monsergas, es su sombra.