Lo primero que hago cuando entro en el portal de una casa antigua es mirar en derredor. Acto seguido pregunto. No hay nadie, pero pregunto. ¿Entonces? Pregunto a las puertas. A veces también miro con aire inquisitivo al techo, a las paredes, al suelo. Pero sobre todo pregunto a las puertas. No tanto a la principal, la que da entrada desde la calle, sino a esas puertas de dos hojas que delimitan el zaguán del comienzo de una escalera. ¿Por qué a ellas? Puede que porque me parecen más frágiles, o más coquetas, o simplemente más bregadas en el arte de proporcionar el acceso a los habitantes del edificio y a los visitantes ocasionales. Son pueertas acogedoras. No es suficiente esta razón, así que lo suelto todo ya. Creo que esas puertas, semidesvencijadas y translúcidas, saben mucho. Saben del paso corriente de los moradores, del trasiego de recaderos, de encuentros amorosos rápidos, de chicos que se cuentan el último secreto, de mujeres que llegan resollando por el peso de las bolsas de la compra, de carteros que convocan a los vecinos que tienen correspondencia, de parejas que tontean y concluyen citas que no llegan nunca, de despedidas amargas o de recibimientos eufóricos, o tan solo de refugiados de la lluvia en un otoño inclemente. Esas puertas receptivas que cuando me he situado ante ellas para fotografiarlas han movido sus hojas, como posando vanidosamente para salir con su mejor perfil.
sábado, 17 de marzo de 2012
Pase usted
Lo primero que hago cuando entro en el portal de una casa antigua es mirar en derredor. Acto seguido pregunto. No hay nadie, pero pregunto. ¿Entonces? Pregunto a las puertas. A veces también miro con aire inquisitivo al techo, a las paredes, al suelo. Pero sobre todo pregunto a las puertas. No tanto a la principal, la que da entrada desde la calle, sino a esas puertas de dos hojas que delimitan el zaguán del comienzo de una escalera. ¿Por qué a ellas? Puede que porque me parecen más frágiles, o más coquetas, o simplemente más bregadas en el arte de proporcionar el acceso a los habitantes del edificio y a los visitantes ocasionales. Son pueertas acogedoras. No es suficiente esta razón, así que lo suelto todo ya. Creo que esas puertas, semidesvencijadas y translúcidas, saben mucho. Saben del paso corriente de los moradores, del trasiego de recaderos, de encuentros amorosos rápidos, de chicos que se cuentan el último secreto, de mujeres que llegan resollando por el peso de las bolsas de la compra, de carteros que convocan a los vecinos que tienen correspondencia, de parejas que tontean y concluyen citas que no llegan nunca, de despedidas amargas o de recibimientos eufóricos, o tan solo de refugiados de la lluvia en un otoño inclemente. Esas puertas receptivas que cuando me he situado ante ellas para fotografiarlas han movido sus hojas, como posando vanidosamente para salir con su mejor perfil.
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Según nos lo cuentas interpreto que ellas, es decir tu conciencia a través suyo, ha palpado la vida con todos sus avatares sencillos y complicados. Si son coquetas, si. Bs.
ResponderEliminarMe recuerdan a las de la casa de mis padres... preciosas.
ResponderEliminarMe encantaron las imágenes y texto
ResponderEliminarHermoso ...
Me encanta
ResponderEliminarLe bonheur des vieilles portes et de leur âme...
ResponderEliminarGros bisous
Emejota, quién sabe si en otra existencia improbable no habré sido puerta, alfombra o arañasde techo. De ahí esa tímida experiencia que asoma desde mi subconsciente planetario.
ResponderEliminarUn abrazo.
calmA, es que las hay por tantos lugares...Y cuanto más viejas, más sabias.
ResponderEliminarFranco, se agredece la manifestación de lo que te sugiere.
ResponderEliminarSonja, es que te pasa como a mí, percibimos su encanto por ese lugar lo tiene, aunque pocos lo percibirán.
ResponderEliminarMartine, vous avez raison. L'âme de ces portes est ce que nous fait voir le temps, les gens, les comportements ...
ResponderEliminarMerci et bonne nuit.
Hermosas fotos que acompañan una interesante reflexión. Si las puertas hablasen, qué lujo poder escucharlas. Gracias por ser tan generoso y cedernos tus fotos. Un fuerte abrazo alado.
ResponderEliminarCampanilla, si las puertas hablasen (o los suelos o las paredes o los sofás, etc.) Pero que sean mudos testigos y nos soporten, que guarden celossamente nuestros secretos.
ResponderEliminarLas fotos están para eso, para verlas y que otros las hagan suyas si le sgustan.
Un abrazo .
todo bien, ahora que pesar cuando esas puertas dejan tras ellas, algunos caros sueños
ResponderEliminar.
pasar siempre es interesante
saludos
Las puertas, Omar, cierran sueños, también los abren (o a la inversa) pero mientras giren sobre sus goznes habrá esperanzas de otros nuevos.
ResponderEliminarSaludos.
Bienvenido, JFMM, gracias por pasarte. Me pasaré a ver tus miradas.
ResponderEliminarCordialmente.
Las puertas, las paredes, los muebles......Guardan la historia que se vivió en ellas (o que ellas vivieron?)
ResponderEliminarSaludos
Me gusta que preguntes a las puertas, a los techos, a todos los elementos del lugar. Ellos siempre hablan, simplemente hay que prestar atención, pero también es cierto que hay que saber escuchar.
ResponderEliminarMe ha gustado el final, eso de que las puertas posan vanidosas... qué coquetería!
un abrazo.
Buena pregunta, Azulceleste. Merece meditarlo. Y dejar volar la imaginación. Yo siempre concedo una suerte de vida propia a los objetos.
ResponderEliminarSaludos.
Es que sí, son muy vanidosas, Mariola. Si te fijas bien, al margen de su estado un tanto decrépito, el diseño es primoroso.
ResponderEliminarAdemás, mira que la luaz de la primera foto me recuerda una obra del pintor danés Vilhelm Hammershoi.
https://www.google.es/search?q=vilhelm+hammershoi&hl=es&prmd=imvns&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ei=CmdrT6KaM4r80QWLmunbBg&sqi=2&ved=0CDkQsAQ&biw=1280&bih=590
A mí, manifestaciones de luz así me llevan al huerto. Te recomiendo ese pintor danés. Tuve el placer de ver una buena parte de su obra expuesta en Barcelona hace unos años.
Un abrazo.